lunes, 29 de junio de 2009

lo que pasa es que nos vamos !


El viento azotaba la rústica construcción del boliche de campo, perdido a un costado de la ruta en medio de la inmensidad patagónica, era un día de esos en que no salen ni las lagartijas, con el sol abrasador, los remolinos de tierra y cardos secos que levantaba la tormenta de viento, convertían todo en un verdadero infierno.

Acodados al mostrador, habían pasado allí casi toda la tarde los dos amigos, que solían encontrarse cada tanto en ese lugar a compartir unos tragos.

Ya estaba oscureciendo, el cielo con su rojo horizonte anunciaba que el temporal de viento continuaría, mientras los amigos permanecían en sus puestos sin atreverse a intentar levantarse.

De pronto se abrió la puerta de par en par, una mujer, fea como pocas, se acercó a uno de ellos, ¡ ajá ¡ así te quería encontrar, Dios los cría y el viento los amontona, manga de borrachos, ¡te vas ya mismo para el rancho! el hombre se levantó lentamente agarrado al mostrador, y sin decir palabra encaminó hacia la puerta, por la que ingresaban nubes de polvo que se arremolinaban por los rincones del boliche, apenas traspuso el umbral, una ráfaga lo aplastó contra las chapas, mientras se llenaban los ojos de tierra, la mujer lo agarró de un brazo y se lo llevó casi a la rastra.

Viendo el triste espectáculo de su amigo, tomó coraje como para levantarse, no le resultó nada fácil, después de pagar la cuenta salió arrastrando los pies hasta la puerta, apenas se asomó afuera, sintió el viento caliente golpeándole la cara, tambaleándose enfiló hacia el lado del puesto, mientras el viento que lo empujaba le hacía perder aún mas el paso, no fue muy larga la caminata y a los pocos metros una ráfaga lo derrumbó dentro de un zanjón.

Se despertó sin saber donde estaba, la cabeza aturdida, la boca reseca, algunos trazos cortantes de espinas de molle, mas el calor y el viento encarnizado que lo envolvía con su hálito de fuego en esa oscura noche de verano, en esos momentos observa que una figura fantasmal se le acerca, pasa a su lado, parece no tener rostro, el miedo se apodera de él y cierra los ojos, cuando está lo suficientemente lejos se incorpora tratando de huir, los deseos de vivir hacen que todos sus sentidos cobren una fuerza inusitada para buscar el camino del regreso.

Avanza ferozmente empujado, vilmente empujado, mientras los espinosos matorrales hieren sus manos, su rostro, todo su cuerpo, pero su instinto de vivir es mas fuerte, sabe que debe luchar solo, con fé, con esperanza, tiene que regresar y enfrentar la realidad, o estará perdido para siempre.

Las ráfagas de viento forman remolinos de polvo que dañan sus ojos, haciéndole perder el rumbo, deja las espinas pintadas con su sangre hasta que descubre el sendero que ya en plena noche reconoce, pese a lo borroso y confuso de la situación, a veces se le presentan desvíos tentadores, pero sabe que no debe dejarse engañar, todo es una prueba del destino y deberá sortearla.

Por fin, a lo lejos se divisa una luz titilante, insegura, mortecina, quizá sea el lugar que busca tan afanosamente, no lo sabe con certeza, el camino baja por una depresión del terreno que lo obliga a hacer un pequeño rodeo para evitar un tramo pantanoso que casi le hace tomar una senda equivocada, y nuevamente las espinas, el viento que arreciaba, mas el cansancio de tan fatigoso camino, casi le hacen abandonar el intento cuando ya casi vencido, una ráfaga lo tumbó a un costado de la huella.

Después de recuperar el aliento en un breve descanso, con un enorme esfuerzo logró por fin trasponer la pequeña cuesta, la luz se percibía con mas intensidad, los latidos de ansiedad le decían que ya nada podría detenerlo.

Llegó por fin en lastimosas condiciones, con la ropa en jirones ensangrentados, abrió la puerta despacio y allí la encontró, esperándolo, callada como siempre, acercó su mano temblorosa hasta su cuello erguido y frío, sintió la tentación de besarla, deslizó la mano por su cuerpo y lo hizo estremecer, de repente, y sin pensarlo más, rompió esa maldita botella en mil pedazos.

"El regreso", Ernesto Aníbal Portilla

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